El último milagro de Mozart.

Esta Flauta Mágica quiere ser un humilde homenaje a todas las compañías líricas que recorrieron los caminos del mundo, con amor. Barcelona, octubre 1960, Palau de la Música, las cuatro menos cuarto de la tarde. Los artistas de La Catalana, -humilde compañía de repertorio lírico La Catalana-, hace horas que esperan con excitado desazón la llegada de Néstor Ortiz, el jovencísimo tenor que hace de Tamino. El cónsul de Austria y los miembros del jurado esperan a la platea impacientes porque tienen que seleccionar una compañía extranjera para representar La Flauta Mágica al Festival de Salzburgo —como excentricidad, obviamente—. La situación, ya bastante crítica, se agravia por instantes. Laureano Foróncoll, hijo natural de la propietaria de la compañía —soprano de coloratura amargada que hace de reina de la noche— se ofrece como solución. Constreñido habitualmente al papel Monostatos, —como mal menor dada su notoria incapacidad para el canto — el taimat Laureano quiere aprovechar la incomparecencia del tenor para mirar de prosperar. Desesperados los cantantes se estiran los cabellos, pero ya lo "maestro" se apresura a atacar el primer compás, resignado. El espectáculo tiene que continuar... Aun así... cuando Laureano tiene que echarse a cantar... ante la sorpresa general... al fondo de la sala se siente una voz maravillosa, como la de serafín más bello del cielo...-Zu Hilfe! Zu Hilfe! Sonst bin ich verloren... Es Néstor, que, al final, gracias a Mozart ha podido coger el primer tren... Todo está salvado?... No! Un flatulento regidor mediocre y grasiento —el mismo que equivocó Néstor de tren, para que no llegara a tiempo— ha parado todo de trampas para hacer que la función salga mal, pero... Mozart volverá a bajar del cielo para defender la bondad: esta es la lección simple de La Flauta Mágica: el bien siempre triunfa sobre el mal.

No os perdéis el último milagro de Mozart: Ópera Popular de Barcelona. En el Palau de la Música.